La temida adolescencia es una etapa de profundos cambios físicos, emocionales y sociales, para los chicos/as que la atraviesan. Que suelen ir acompañados de una aumento e intensificación de los conflictos familiares.
Es una etapa en la que los jóvenes exploran su identidad, buscan independencia y se enfrentan a nuevos desafíos madurativos. Y es por eso por lo que, los límites parentales no deben entenderse como una barrera que limite o coarte sus ansías de autonomía. Todo lo contrario, debemos tener la conciencia de que son necesarios para poder ofrecerles a nuestros hijos un entorno seguro donde experimentar y crecer con seguridad. Aunque obviamente, no es algo que ellos entenderán y aceptarán… y de ahí… esos caracteres y esas actitudes.
Es de gran importancia que los padres sean conscientes de que es una muestra de amor y responsabilidad no sucumbir a las presiones de sus hijos y buscar la forma más asertiva posible de acompañarlos en sus frustraciones. Pero no lo es menos que ellos entiendan que también deben aprender a poner límites a los demás, al entorno y a ellos mismos, dentro de su proceso de maduración. Puesto que esto facilitará que se conviertan en adultos equilibrados y responsables de su autocuidado.
Por tanto, el hecho de que los chicos/as aprendan a poner sus propios límites, les aportará una gran variedad de beneficios psicológicos y madurativos, entre los que destacamos el desarrollo de la identidad y de una autoestima firma, una mayor facilidad para tomar decisiones y garantizará el desarrollo de unas relaciones sociales más sanas en las que se proteja su integridad emocional y física.
Estos logros madurativos se concretarán y beneficiarán una serie de habilidades asertivas, como serían “saber decir que no”, un adecuado manejo de la presión social, conocer sus propios objetivos y las famosas “líneas rojas” que no quieren atravesar… Y todo ello se sustentarán en un adecuado desarrollo de su autoconcepto y un adecuado conocimiento de sus objetivos y necesidades personales.
Y en este punto, debemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer los adultos para facilitarles esta difícil etapa?. Lo primero es acudir al famoso dicho de “predicar con el ejemplo”, unos padres equilibrados y con unas buenas capacidades para el autocuidado personal y la gestión emocional, se convertirán en adecuados referentes para sus hijos.
Desde ahí podremos ayudarles a gestionar sus propias emociones desde la validación de estas y enseñándoles modos adecuados de expresión y comunicación. Todo ello a través de un apoyo estable e incondicional, basado en la corrección y supervisión de sus habilidades de gestión emocional y comunicativas y no en el juicio y/o censura de quienes son.
Sin olvidar que, a pesar de las broncas, las impertinencias, las rabietas y demás actitudes molestas que puedan mostrar nuestros jóvenes, los adultos debemos recordar que enseñar a los adolescentes a poner límites propios no solo les dará poder sobre su vida, sino que los prepara para enfrentar el mundo con seguridad, respeto y empatía. Y, por tanto, comprender que, poner límites a los padres no es un acto de rebeldía contra los adultos y las normas que se les imponen… sino una declaración de amor propio por parte de los propios chicos/as.
Conocedores de la importancia de esta época y de los logros que serían adecuados que alcanzaran los chicos en ella, desde el Centro Sanitario eNBlanco ofrece sus Talleres de Habilidades Sociales, donde se estimula y facilita la adquisición de las destrezas y competencias relacionadas con esta habilidad. Del mismo modo, se ofrece asesoramiento y acompañamiento profesional a aquellos padres que puedan verse desbordados durante esta etapa de sus hijos.
Texto de Belen Matilla, Psicóloga Sanitaria colaboradora del Centro Sanitario eNBlanco y Nuria Blanco Piñero.